Consultanos por compras fuera de la Argentina y forma de pago a VentasNinaPezEdiciones@gmail.com
Los mensajes de los cuentos de Pablo Miranda bien podrían estar escritos en los zócalos de Buenos Aires. Cronista de la generación de los nacidos a mediados de los sesenta, sus relatos nos hablan de la nostalgia por una niñez de abuelos, pan con manteca y raspones en las rodillas; amistades anacrónicas; el fútbol como filosofía y la fascinación por las mujeres. El lector encontrará aquí costumbrismo, misterio, sensualidad, rock´n roll, humor, rebeldía, ingenio, congoja y hasta una mirada política. Estos son los condimentos con los que Pablo Miranda envuelve al lector en un mundo entrañable y cotidiano, donde sorprenden la naturalidad con que se amalgaman la inteligencia de un hombre culto e ilustrado con la cercanía y sencillez del que supo ser “un pibe de barrio”.
De repente, las cartas de María Rita
dejaron de ser relatos costumbristas
y se volvieron más oscuras, mustias.
Una letra grotesca, que no respetaba el renglón,
había reemplazado a esa redondez caligráfica.
“Abro la ventana y veo lo mismo que vi
hace veinticinco años atrás, un espacio estanco,
unas arenas movedizas en las cuales estoy atrapada
desde siempre”.
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Los mensajes de los cuentos de Pablo Miranda bien podrían estar escritos en los zócalos de Buenos Aires. Cronista de la generación de los nacidos a mediados de los sesenta, sus relatos nos hablan de la nostalgia por una niñez de abuelos, pan con manteca y raspones en las rodillas; amistades anacrónicas; el fútbol como filosofía y la fascinación por las mujeres. El lector encontrará aquí costumbrismo, misterio, sensualidad, rock´n roll, humor, rebeldía, ingenio, congoja y hasta una mirada política. Estos son los condimentos con los que Pablo Miranda envuelve al lector en un mundo entrañable y cotidiano, donde sorprenden la naturalidad con que se amalgaman la inteligencia de un hombre culto e ilustrado con la cercanía y sencillez del que supo ser “un pibe de barrio”.
De repente, las cartas de María Rita
dejaron de ser relatos costumbristas
y se volvieron más oscuras, mustias.
Una letra grotesca, que no respetaba el renglón,
había reemplazado a esa redondez caligráfica.
“Abro la ventana y veo lo mismo que vi
hace veinticinco años atrás, un espacio estanco,
unas arenas movedizas en las cuales estoy atrapada
desde siempre”.