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    Los mensajes de los cuentos de Pablo Miranda bien podrían estar escritos en los zócalos de Buenos Aires. Cronista de la generación de los nacidos a mediados de los sesenta, sus relatos nos hablan de la nostalgia por una niñez de abuelos, pan con manteca y raspones en las rodillas; amistades anacrónicas; el fútbol como filosofía y la fascinación por las mujeres. El lector encontrará aquí costumbrismo, misterio, sensualidad, rock´n roll, humor, rebeldía, ingenio, congoja y hasta una mirada política. Estos son los condimentos con los que Pablo Miranda envuelve al lector en un mundo entrañable y cotidiano, donde sorprenden la naturalidad con que se amalgaman la inteligencia de un hombre culto e ilustrado con la cercanía y sencillez del que supo ser “un pibe de barrio”.



    De repente, las cartas de María Rita 

    dejaron de ser relatos costumbristas 

    y se volvieron más oscuras, mustias. 

    Una letra grotesca, que no respetaba el renglón, 

    había reemplazado a esa redondez caligráfica. 

    “Abro la ventana y veo lo mismo que vi 

    hace veinticinco años atrás, un espacio estanco, 

    unas arenas movedizas en las cuales estoy atrapada 

    desde siempre”.

    Mensajes escritos en los zócalos - Pablo Miranda

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    Los mensajes de los cuentos de Pablo Miranda bien podrían estar escritos en los zócalos de Buenos Aires. Cronista de la generación de los nacidos a mediados de los sesenta, sus relatos nos hablan de la nostalgia por una niñez de abuelos, pan con manteca y raspones en las rodillas; amistades anacrónicas; el fútbol como filosofía y la fascinación por las mujeres. El lector encontrará aquí costumbrismo, misterio, sensualidad, rock´n roll, humor, rebeldía, ingenio, congoja y hasta una mirada política. Estos son los condimentos con los que Pablo Miranda envuelve al lector en un mundo entrañable y cotidiano, donde sorprenden la naturalidad con que se amalgaman la inteligencia de un hombre culto e ilustrado con la cercanía y sencillez del que supo ser “un pibe de barrio”.



    De repente, las cartas de María Rita 

    dejaron de ser relatos costumbristas 

    y se volvieron más oscuras, mustias. 

    Una letra grotesca, que no respetaba el renglón, 

    había reemplazado a esa redondez caligráfica. 

    “Abro la ventana y veo lo mismo que vi 

    hace veinticinco años atrás, un espacio estanco, 

    unas arenas movedizas en las cuales estoy atrapada 

    desde siempre”.

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