Consultanos por compras fuera de la Argentina y forma de pago a VentasNinaPezEdiciones@gmail.com
Ruth recibe una llamada telefónica que desencadena en ella un ejercicio de memoria, un juego de trayectos; tiempo, espacio y sentimientos se entrecruzan.
Recorre, con la mirada puesta en su interior, las múltiples distancias que la atraviesan, mientras las capas del tiempo se superponen y los espacios se trastocan con el simple movimiento de su respiración. Tristezas, dolores, angustias, vida y muerte. Revisitarse es eso: abrir de cuajo viejas heridas para intentar sanarlas.
La relación entre una madre y su hija. La palabra que dice y calla. Una narradora que es mujer-niña. La pregunta por las raíces para descubrir quiénes somos. Las formas del silencio es una novela que indaga con precisión en eso que se arraiga en las profundidades del corazón humano y sus contradicciones.
Tengo que huir, tengo que correr velozmente y esconderme.
Me voy así de la banalidad del mundo, me reencuentro con el
dolor y no lo sufro. Lo agarro por la garganta y lo estrangulo.
Lo dejo inerte.
Después lo hago llegar hasta mi boca
y lo amaso con mi lengua entre los dientes.
Cuando puedo, lo escupo.
—¡Piedra libre! —le canto.
Y ya no duele.
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Ruth recibe una llamada telefónica que desencadena en ella un ejercicio de memoria, un juego de trayectos; tiempo, espacio y sentimientos se entrecruzan.
Recorre, con la mirada puesta en su interior, las múltiples distancias que la atraviesan, mientras las capas del tiempo se superponen y los espacios se trastocan con el simple movimiento de su respiración. Tristezas, dolores, angustias, vida y muerte. Revisitarse es eso: abrir de cuajo viejas heridas para intentar sanarlas.
La relación entre una madre y su hija. La palabra que dice y calla. Una narradora que es mujer-niña. La pregunta por las raíces para descubrir quiénes somos. Las formas del silencio es una novela que indaga con precisión en eso que se arraiga en las profundidades del corazón humano y sus contradicciones.
Tengo que huir, tengo que correr velozmente y esconderme.
Me voy así de la banalidad del mundo, me reencuentro con el
dolor y no lo sufro. Lo agarro por la garganta y lo estrangulo.
Lo dejo inerte.
Después lo hago llegar hasta mi boca
y lo amaso con mi lengua entre los dientes.
Cuando puedo, lo escupo.
—¡Piedra libre! —le canto.
Y ya no duele.